EL TATUAJE DEL KUNG FU, Parte 2: ¿QUIÉN ES QUIÉN?
– Para que conste. Soy la sargento Raquel Sánchez Becerra de la Comandancia de Zaragoza, número de identificación 5142. En estos momentos son las 9:47 de la mañana del martes, veintisiete de septiembre del año dos mil veintiuno. Dígame su nombre completo, por favor.
– Eeh… [hace un gesto de dolor tocándose la cabeza] Me llamo Gabriel Sáenz de Ayala.
– Señor Sáenz de Ayala, dígame a qué se dedica, por favor.
– Eh…esto…soy abogado.
-…
– ¿Hace falta que le diga el número de colegiado? Joder, no sé ni qué hago aquí. Soy el abogado Sáenz de Ayala, cincuenta y dos años, abogado.
– En la madrugada de hoy ha sido usted requerido por nosotros mientras se encontraba ingresado en el Hospital Universitario Miguel Servet en estado de intoxicación etílica.
– [Se duele de la cabeza] No recuerdo nada de anoche…ni siquiera…
– ¿Se encuentra en condiciones de declarar?
– Sí [tose. Carraspea]. Sí, quiero declarar.
– Bien. Como le decía, ha sido usted requerido para declarar mientras se encontraba en el hospital. La mujer que estaba con usted…
– ¿La mujer…?
– [Consulta unos papeles] Eva María Mendoza, veinticuatro años, natural de Venezuela.
– No conozco a esa mujer. Yo no…
– Es la mujer que nos ha avisado de que estaba usted en el hospital. También ha alegado haber pasado las dos últimas noches con usted…
– ¿Pero qué coño dice esa…? Yo no he pasado… ¡Un momento! ¿Es una puta? ¿Están dando credibilidad a lo que dice de mí una pu…?
– …Señor Ayala, voy a tener que pedirle que modere su lenguaje. El oficio de la señorita Mendoza carece de importancia en estos momentos. Su testimonio ha sido clave para dar con usted. La policía autónoma vasca lleva buscándolo desde el sábado.
– El sábado…pero si yo…
– [Suspira]. Señor Ayala, vamos a dejar las cosas claras, ¿le parece? Veamos. En la tarde del sábado veinticuatro de septiembre se reportó el robo de joyas y dinero de la caja fuerte de su despacho en la calle… [consulta papeles] Dato, de Vitoria, por valor de dos millones y medio de euros. Su escolta, el señor Iñaki Basterra, denunció el robo y su desaparición. En la noche del mismo día fue detenido el sospechoso del robo: José Manuel Cerrojo, alias “el Kung Fu”, encontrado semiinconsciente en una furgoneta, a las afueras de la ciudad. Tanto su paradero, señor Ayala, como el de sus joyas, era desconocido para todos hasta esta madrugada, cuando la señorita Mendoza ha dado aviso de su situación por intoxicación etílica.
– [Niega con la cabeza] Pero qué…pero…todo esto…no…yo no…
– Señor Ayala…
– Un momento, vamos a ver. Yo… ¿estamos en Zaragoza, ha dicho?
– Se encuentra usted en la Comandancia de la Guardia Civil de Zaragoza.
– Joder…a ver, espera…Yo…
– Recuerda algo del sábado, ¿señor Ayala?
– No, a ver, espera. Yo no debería estar aquí.
– …
– Yo…tengo clientes en Zaragoza, ¿sabe? Pero no recuerdo haber llegado…
– Tenemos constancia de que tiene usted clientes por toda la península, y que viaja constantemente para reunirse con ellos. Pero se encuentra hoy usted aquí para aclarar los acontecimientos del sábado veinticuatro de este mes, hace tres días, y para dar con el paradero de sus bienes robados, no encontrados hasta la fecha.
– ¿Cuánto dice que me robaron…?
– Joyas y dinero por valor de dos millones y medio de euros, aproximadamente.
– ¡Me cago en la puta que…! [golpea la mesa con el puño. Se levanta].
– Señor Ayala…
– ¡No sé qué cojones hago aquí, ni por qué…! ¡Quiero hablar con esa puta! ¡Y quiero ver a mi abogado!
– Señor Ayala, tranquilícese.
– ¡No me diga que me tranquilice…! No sé qué cojones ha pasado en los últimos días…han debido envenenarme, intoxicarme… ¡Esto es una puta farsa! ¡Me han secuestrado…me han robado!
– Señor Ayala, le voy a tener que pedir que se siente y respire. Tiene derecho a no declarar si no es en presencia de su abogado, pero, hasta entonces, deberá permanecer en estas dependencias…
– ¡¿Estoy detenido?!
– Solo queremos saber…
– ¡¿Acaso se me acusa de algo?! ¡¡Me han robado y me han envenenado, por el amor de Dios!! ¡Háganle hablar a quien sea que me hizo esto…!
– [Suspira. Deja los papeles sobre la mesa. Junta las manos sobre ellos]. Señor Ayala. ¿Quiere que llamemos a su abogado?
– [Coge aire]. No. Quiero aclarar esto.
– Perfecto. Dígame qué recuerda de los últimos días.
– [Carraspea fuerte]. No recuerdo…no recuerdo mucho. El sábado…por la mañana fui al despacho, hasta la hora de comer.
– ¿Lo acompañó su escolta en algún momento?
– No, el sábado no. No tenía pensado ir a trabajar, fue una decisión de último momento, así que le dejé el día libre. Salí a la hora de comer…
– ¿Qué hora sería? ¿Lo recuerda?
– Ahh… [se frota la frente]. No lo recuerdo. Alrededor de las dos, imagino. A partir de ahí…
– …
– …No recuerdo…nada…
– ¿No recuerda nada de los últimos tres días?
– Mmm…no, es como si…como si me hubieran dormido.
– [Movimiento de papeles]. Señor Ayala, es usted un personaje notorio dado su éxito en los tribunales. Es conocido su estilo agresivo, sus declaraciones contundentes y su lujoso estilo de vida, que ha sido portada de varias revistas de prensa de entretenimiento.
– Mientras no haga daño a nadie, mi vida es cosa mía.
– Sin duda. También es usted conocido por sus desenfrenadas fiestas y su afición a alternar con mujeres previo pago de sus servicios.
– [Levanta la voz]. ¡¿Tiene algo que alegar contra mi manera de disfrutar de mi tiempo libre?!
– Lo que quiero expresar, señor Ayala, es que tal vez no sea la primera vez que sale de…juerga, durante unos pocos días.
– Esto es…
– Tiene todo el derecho del mundo, y no estoy aquí para juzgarlo; pero hay un hombre detenido, sospechoso de robarle a usted parte de su patrimonio, y usted ha estado desaparecido durante días.
– No tengo por qué darle explicaciones sobre mi vida privada. Por mucho que sea usted guardia civil y ésta sea una investigación por robo.
– El hombre conocido como Kung Fu, detenido en Vitoria, alega que en realidad es usted, y que usted usurpó su identidad.
– ¿…cómo?
– Su único testimonio se basa en que usted es en realidad el Kung Fu; que usted secuestró al abogado Ayala, le robó el dinero, le modificó la apariencia para que ambos se pareciesen, lo dejó inconsciente en una carretera de las afueras de Vitoria y salió usted huyendo con su dinero.
– [Abre mucho la boca y ojos. No responde]
– [Saca una foto de una carpeta. Se la muestra al abogado]. Éste es el hombre detenido en Vitoria. Coincidirá conmigo en que ambos se parecen.
– [Entrecierra los ojos. Cierra la boca]. ¿Está…está dando credibilidad…? ¡¿Me está diciendo que se creen el cuento de ese cabrón?! ¡Fue él quien me secuestró! ¡Ahora lo recuerdo todo! ¡Fue él quien me envenenó, quien me robó…!
– Señor Ayala, tranq…
– ¡No me repita esas mierdas de tranquilizarme, joder! ¡Están creyendo a ese puto farsante antes que a mí! ¡Exijo…!
– Enséñeme su antebrazo, por favor, señor Ayala.
– ¡…con el testimonio de un puto yonqui…! Un momento, ¿qué?
– Su antebrazo izquierdo, por favor.
– [Se levanta violentamente la manga izquierda de la chaqueta y la camisa]. ¿Contenta? ¿Esto es lo que quiere? [Se mira el antebrazo]. Espera, espera, espera… ¿Qué cojones? ¡¿Quién me ha hecho esto?! ¡Yo no me he hecho este tatuaje, soy alérgico a la tinta…! ¿Quién coño…? ¡¡Ha sido esa puta!! ¡No! ¡Espere…!
– Es todo por el momento, señor. Queda usted detenido hasta que esclarezcamos todo esto. Tiene derecho a llamar a su abogado…
– ¡Ha sido esa puta…! ¡No, espere! ¡Fue el Kung Fu! ¡El Kung Fu me hizo esto! ¡Suéltenme, joder, no pueden detenerme…! ¡Exijo…! ¡Cabrones, fue el Kung Fu…! ¡El Kung Fu…!
COMISARÍA DE LA ERTZAINTZA, VITORIA-GASTEIZ
– Bueno, conectamos la grabadora. Es la mañana del martes, veintisiete de septiembre de dos mil veintiuno…
– …cuatro días llevo aquí encerrado ilegalmente.
– Al mando del interrogatorio, oficial Jon Ander Goikoetxea, con número de identificación 17082.
– Que sea rápido, anda.
– Diga su nombre completo, por favor.
– Joder, ¿otra vez? Gabriel Sáenz de Ayala, abogado, número de colegiado 396. Con despacho en la calle Dato. Represento…
– ¿Edad?
– Cincuenta y dos.
– [Duda]. ¿Le ocurre algo en la voz?
– ¿En la voz?
– Verá, si es usted quien dice ser, ha salido varias veces por televisión y en varias entrevistas o haciendo declaraciones, en internet. Sus vídeos ejerciendo en los juzgados son de conocimiento público. Llevamos revisándolos días. Su voz es conocida por su tono claro, pero tiene usted una ronquera que no concuerda…
– Me he pasado gritando desde que me detuvisteis ilegalmente hace cuatro días, ¿le parece motivo suficiente?
– [Duda]. Está bien. A pesar de su testimonio anterior, me dirigiré a usted simplemente como “señor”, ya que…
– “Su identidad todavía está por esclarecer”. Dime algo que no me hayáis repetido cincuenta veces en los últimos días.
– Señor, ¿es usted consciente de su situación?
– ¿Mi situación? ¿Te refieres al hecho de que me secuestraran, me robaran, huyeran con mi dinero, y aun así la policía me detuviera como sospechoso del crimen, por el simple hecho de parecerme al cabronazo que me secuestró? Sí, soy consciente.
– Entonces, estará al tanto de que se le acusa de ser la persona que usurpó la identidad y robó joyas…
– Oye, colega, escúchame una cosa. Ya me habéis interrogado diecisiete veces para decirme lo mismo. ¿Es que esta vez no vas a contarme nada nuevo? ¿Habéis encontrado ya al otro?
– [Carraspea]. Hemos encontrado al señor Ayala, sí. Ha sido detenido en un hospital de Zaragoza.
– ¡Joder, que el señor Ayala soy yo! ¡El tipo que habéis encontrado es el maldito cabrón que me robó!
– Estamos investigando los sucesos del sábado pasado, cuando se denunció el robo de joyas…
– ¡Y dale con la matraca! ¡Que os estáis confundiendo de tío!
– [Suspira. Saca unas fotos de la carpeta] Éste es el sujeto que está en Zaragoza y dice ser el señor Ayala. También lleva encima su documentación, a nombre de Gabriel Sáenz de Ayala…
– [Mira atentamente las fotografías] Jo-der…
– Son ustedes idénticos. Entienda que la investigación se vea alterada por el hecho de que coinciden hasta en la huella dactilar. Mismo peso, mismo cabello entrecano cortado a trasquilones, mismo 1,73 de altura…misma barba…
– [Niega con la cabeza]. Maldita sea…
– Dígame; si es usted el señor Ayala, como dice ser, ¿alguna vez vio a este sujeto?
– ¿Verlo?
– En la calle, en algún local…es un reconocido mendigo de la ciudad, muy problemático y violento.
– No me suena…
– [Deja las fotos sobre la mesa]. Entre usted y yo, mire [carraspea. Se acomoda en la silla. Entrecruza las manos sobre la mesa]. Quiero creerle, lo digo en serio. Pero necesito pruebas, ¿entiende? No puedo dejarle libre así, tan campante. Un tío, clavado a usted, ha sido encontrado en Zaragoza, con su documentación…vestido de traje, no como usted, que va con ese chándal roñoso…
– Basta [cierra los ojos. Pide silencio con la mano. Suspira]. Escúchame, Jon te llamabas, ¿no?
– Jon Ander.
– Escucha, Jon Ander. Ya estoy muy cansado. Muy cansado. ¿Dices que me crees? Voy a darte un aliciente. Soy el abogado más importante de…
– Por favor, esta conversación está siendo grabada. No caiga en proposiciones indecentes, por favor; no haga esto más incómodo. No soy un policía corrupto.
– [Se indigna] ¡Ni mucho menos! [Ríe]. No, amigo, no voy a ofrecerte dinero; aunque lo que me robó ese cabrón no es ni una décima parte de mi patrimonio. No. Vengo a ofrecerte algo más: tú sabes quién soy, conoces mi poder en esta ciudad. Tu superior, el comisario Barrón, me conoce perfectamente. Muchos de tus compañeros (la mayoría, con rangos superiores al tuyo) han sido clientes míos. No me malinterpretes, hijo; no hago apología de mi poder, pero sé quién eres, he oído hablar de ti. Estoy seguro de que aspiras al puesto de comisario. Y déjame decirte una cosa: vales para ello, te veo más que capacitado. Y en la cúpula de la Ertzaintza piensan igual. Por eso mismo es bueno tener padrinos fuera. Gente poderosa, con contactos…
– Señor…
– Tú sabes que, llegado a cierto punto, no vale solo con aprobar los exámenes y las pruebas psicotécnicas para ascender. Incluso aquí hace falta algo más. Y yo puedo ayudarte en eso. ¿Por qué te crees que no ha bajado Barrón a interrogarme?
– Él… [tose]. Los interrogatorios no son competencia del comisario.
– Mis cojones. Barrón hace lo que le da la gana, pero me conoce perfectamente, y no quiere entrar aquí y hablar de la comida que nos metimos en el Arzak hace dos semanas, o de las morenas que nos hicimos llevar cuando anduvimos de caza por la sierra de…
– Es suficiente, señor…
– No, no lo es. También conozco al suboficial Álvarez, que también está por aquí pero no ha querido entrar, ¿no es así? Y, ya que estamos, la cabo Aguilar que, por si no lo sabes, es sobrina mía…
– [Tose. Se ajusta el reloj. Guarda las fotografías]. Voy a pedirle que se levante, señor.
– ¿Cómo?
– Incorpórese, por favor, y mire hacia el espejo que se encuentra a su espalda.
– ¿Qué es esto, una rueda de reconocimiento? [Se levanta. Se gira hacia el espejo. Abre los brazos en cruz]. ¿Sabes que para esto es necesario que rellene un formulario y que contéis con mi consentimiento?
– Es un reconocimiento rutinario. Solo será un momento.
– [Hablando hacia el espejo] Ya, claro. ¿Quién está al otro lado? Tiene que ser alguien que me conozca. Dudo que hayáis traído a mi ex mujer…tiene que ser Iñaki. ¡Basterra!
– Señor, voy a pedirle que no grite, por favor.
– ¡Basterra! Intenta no descojonarte, macho, ¡se creen que soy el mendigo que me secuestró!
– Señor…
– El pipiolo éste, que dice que no soy yo, ¿te puedes creer? Anda, deja de descojonarte al otro lado del espejo y sácame de aquí, que parece que te estoy viendo… [ríe. Se gira. Vuelve a sentarse]. ¿Algo más, Jonan? ¿Cuánto más quieres alargar esta mierda? Tenéis en Zaragoza al hijoputa que me robó, me intoxicó y me dejó tirado. Tendrá mi ropa y se parecerá a mí, pero ese cabrón es el verdadero secuestrador y ladrón. La rapidez con la que me saques de aquí hará que tu futuro sea más o menos…trabajoso [aplaude una sola vez. Apoya la espalda en el respaldo de la silla. Sonríe]. Tú sabrás, hijo.
– [Duda. Carraspea]. Vamos a dar por terminado el interrogatorio por ahora [mueve papeles]. Solo una cuestión. Enséñeme por favor el antebrazo izquierdo.
– [Suspira]. ¿Otra vez?
– …
– [Se levanta la manga izquierda de la sudadera gris]. Aquí lo tienes. La daga, la rosa. Recuerdos de la mili, en Melilla. Seguro que tú te libraste de hacerla, ¿eh?
– Es suficiente por el momento.
– [Ríe].
CONTINUARÁ