EL TATUAJE DEL KUNG FU
CARLA
– Diga su nombre, apellido y grado, por favor.
– Agente primera de la Ertzaintza Carla Priego.
– ¿Edad?
– Treinta y cuatro años.
– ¿Cuántos años lleva en el cuerpo?
– Ocho años. Desde los veintiséis.
– Bien. Cuénteme un poco lo que sepa sobre José Manuel Cerrojo, conocido como “Kung Fu”.
– [Suspiro]. El Kung Fu es un conocido mendigo del centro de Vitoria. Tendrá alrededor de cincuenta años, medirá metro setenta…
– Conocemos las características físicas del señor Cerrojo. Hábleme de su historial.
– Es un perla de mucho cuidado. Apareció en Gasteiz hace unos diez años, y tenemos reportes de delitos cometidos en varias ciudades del país: Málaga, Sevilla, Cádiz, Barcelona… suele andar por el parque de la Florida, la Cuchi; el centro es su hábitat, por así decirlo. Es muy conflictivo. Suele estar mendigando en una esquina de la calle Dato, y por el día no suele dar problemas. Es por la noche cuando hemos tenido que intervenir varias veces para detenerlo o amonestarlo. Suele meterse en peleas con otros mendigos, con gente que sale de fiesta, con los gitanos del Casco Viejo…siempre tiene algún pincho, algún cuchillo o navaja, y no le da miedo usarlo.
– ¿Ha agredido a la policía alguna vez?
– Siempre. Es conocido por ello. Nuestra presencia no le amedrenta. Hay que andarse con mucho cuidado con él. Sabe tirar patadas y puñetazos muy bien, controla del tema. De ahí le viene el nombre.
– ¿Por qué no está en la cárcel desde hace tiempo?
– Sus delitos son poca cosa. No robaba a la gente, y siempre hay testigos que corroboran que sus peleas son en inferioridad numérica.
– Pero usa arma blanca, y parece experto en su uso.
– Así es. Ha estado unas cuantas veces en la cárcel de Zaballa, pero sale a los pocos meses. No teníamos suficiente para empapelarlo. Nos encantaría haberlo hecho antes, créame. Pero no fue hasta el sábado pasado que pudimos detenerlo en condiciones.
– [Consulta unos papeles]. Aquí detalla que detuvieron al sujeto cuando lo encontraron desmayado en una vieja furgoneta, en la carretera que lleva al puerto de Zaldiaran.
– Correcto.
– ¿Está segura de que el detenido era José Manuel Cerrojo, alias el Kung Fu?
– Sí. Llevaba encima su documentación, vestía la misma ropa de siempre y tenía el mismo pelo grisáceo cortado a trasquilones. Las huellas dactilares y la altura coincidían con sus datos de antiguas detenciones. Y el tatuaje del brazo no dejaba ninguna duda.
– Un puñal atravesando una rosa, ¿no?
– Sí. Un borrón bastante chapucero en el antebrazo, hecho en la cárcel, casi seguro.
– [Carraspeo]. Bien. ¿Conocía usted al abogado Gabriel Sáenz de Ayala?
– No lo conozco personalmente, pero sé quién es. Es la víctima del supuesto secuestro y robo que perpetró el señor Cerrojo…
-…
– No lo conocía de antes, si se refiere a eso. Tal vez de verlo en el periódico, por la calle con su Mercedes y sus guardaespaldas, esas cosas. Es un personaje famoso en la ciudad.
– Es un conocido abogado de grandes empresas.
– Eso tengo entendido.
– Una de las personas con mayor patrimonio, si no el mayor, de toda la ciudad de Vitoria.
– Ajam.
– El pasado sábado 24 de septiembre, sufrió el robo de joyas y dinero de su caja fuerte, situada en su despacho de la calle Dato, valoradas en más de tres millones de euros. Horas después se encontró al Kung Fu en aquella carretera, con alguna de esas alhajas en el bolsillo.
– Correcto.
– Todavía no se han encontrado ni al señor Sáenz de Ayala, ni el grueso de las joyas robadas.
– Es verdad. Aunque yo no llevo esa investigación. Mi trabajo es patrullar la calle, mantener el orden y detener a los sospechosos si están en mi radio de acción, como fue el caso del arresto del Kung Fu.
– ¿Diría usted que el abogado Sáenz de Ayala tiene cierto parecido físico con el mendigo conocido como Kung Fu?
– [Se muerde el labio]. Ahora que lo dice, es posible, sí. Si se cortasen el pelo igual, tal vez…
– ¿Está al corriente de las alegaciones del señor Cerrojo, detenido en estas dependencias, en las que asegura ser el señor Sáenz de Ayala…y que el señor Cerrojo usurpó su identidad?
– [Pausa]. Pues…no. Lo siento, no. Primera noticia.
– ¿Daría usted credibilidad a esta noticia?
– …pues…perdone, es que me ha dejado un poco perpleja. No sé qué decirle. Nosotros detuvimos al Kung Fu, eso seguro. Era él. Lo conocemos de sobra. Sí que…ahora que lo dice, sí que puede tener un parecido con el abogado Saénz de Ayala, pero mi trabajo…
– Descuide, no estoy menospreciando su trabajo. Esto solo es un trámite para elaborar el informe pericial. Gracias por su tiempo, agente Priego. Buen servicio.
– Gracias.
NADIA
– Dígame su nombre, apellido y profesión, por favor.
– Nadia Fernández Martínez, camarera del McDonalds los fines de semana.
– Ah, ¿no es periodista?
– Estudio periodismo. Estoy en tercero.
– Vale. ¿Edad?
– Veintidós años recién cumplidos.
– Bien. [Suspiro. Movimiento de papeles]. Cuénteme de qué conoce a José Manuel Cerrojo.
– [Gesto de sorpresa]… ¿Quién?
– El mendigo conocido como Kung Fu.
– ¡Ah, joder, el Kung Fu! A veces se me olvida que tiene un nombre de verdad. Sí, es un mítico del Casco Viejo. Tiene buenas historias, el tío, aunque a veces se le va un poco la cabeza…
– Tengo entendido que entrevistó al sujeto en cuestión el día 22 de septiembre. Hace semana y poco.
– Sí, bueno, era para un trabajo de la uni. Teníamos que llevar una entrevista y me pareció interesante hacérsela a un tipo que vive en la calle.
– ¿Qué le contó? ¿Puede hacerme un resumen…?
– Creo que la tiene ahí, ¿no? Me la pidieron cuando detuvieron al Kung Fu.
– Prefiero oírlo con sus propias palabras.
– Pues, a ver…yo conocía al Kung Fu de verlo por la Cuchi y así, los jueves y los sábados. Es un personaje, pero, no sé, a mí me cae bien. Se mete en líos y eso, pero si hablas con él entiendes que es un tío con un pasado…jodido, ¿sabes?
– Entiendo. En cuanto a la entrevista…
– Ah, sí. Bueno, lo busqué una tarde en su esquina de Dato y le invité a un café, aunque él pidió birra. Le pregunté sobre su pasado, si tenía familia…ya sabe, lo de siempre.
– Ajam. Sí. Aquí tengo apuntado que le habló de su infancia en Sevilla, de alguna de sus famosas peleas, de su admiración por las películas de artes marciales…
– Le flipa Bruce Lee. Está todo el día imitando sus gritos y posturas de pelea, ahí en la mitad de Dato. La gente se pega unos sustos qué para qué. Es bastante gracioso.
– Ya. Le habló de sus planes de futuro, también.
– Bueno, planes de futuro…decía que iba a pegar un pelotazo. Que iba a atracar al tío más rico de la ciudad, y que se iba a ir en su Mercedes, hacia el sur, a vivir la buena vida.
– ¿Y usted le creyó?
– Pues en su momento no, porque divagaba mucho, se le iba la pinza cada dos por tres. Pero visto lo visto…al final acabó haciéndolo realidad. Aunque no le salió bien.
– Lo detuvieron en la carretera de Zaldiaran. Le van a caer unos añitos. Sobre todo, si no aparece el abogado al que supuestamente secuestró y al que pertenecían las joyas que llevaba.
– Sí, lo sé. Lleva dos semanas en el periódico. Qué figura, el Kung Fu…
– ¿…figura?
– Bueno, entiéndame [carraspeo]. Es un mendigo conocido en la ciudad. Un desarrapado que duerme a la intemperie incluso en invierno, que se dedica a dar saltos con patadas voladoras y a pegar gritos al estilo Bruce Lee en medio de la calle, y que se pelea con cualquiera que le busque la boca. Pensar que intentó fugarse con toda esa pasta…
– Pero el abogado Sáenz de Ayala…por cierto, ¿lo conoce?
– Nop.
– Es el hombre al que supuestamente secuestró. El abogado Ayala aún no ha aparecido.
– Sí…supongo que eso ya no es tan gracioso. No sé, espero que aparezca pronto. No creo que…
– ¿…?
– Bueno, no veía capaz al Kung Fu de secuestrar a alguien. Hacer un poco el gamba y meterse en alguna trifulca, vale, pero tanto como secuestrar o hacer desaparecer a alguien…no lo habría dicho, la verdad.
– Una última cuest…
– ¿Está bien?
– ¿Disculpe?
– El Kung Fu, que si está bien. Está aquí, en los calabozos, ¿no?
– Sí, está a la espera de juicio. Se encuentra bien, aunque alega que no es él.
– [Gesto de sorpresa]. ¿Qué no es él?
– El señor Cerrojo jura y perjura que es en realidad el abogado Gabriel Sáenz de Ayala, y que el Kung Fu lo raptó, lo durmió, le robó las joyas y huyó con su Mercedes, dejándolo en una furgoneta en la carretera de Zaldiaran.
– Pero…pero eso es imposible… ¿cómo va a…? [Se tapa la boca con las manos]. ¿Te imaginas? Jode, eso sería la hostia…
– Señorita Fernández…
– Nadia, por favor.
– Nadia. ¿Recuerda el tatuaje que el señor Cerrojo lucía en su antebrazo izquierdo?
– Sí. Era un recuerdo del talego, según él. Un borrón, como una daga atravesando una rosa…
– [Saca una foto de 25×15]. ¿Éste es el tatuaje?
– [Entrecierra los ojos]. Sí, juraría que sí. La daga y la rosa, más o menos, sí.
– ¿Más o menos?
– Bueno, nunca me he fijado mucho, pero juraría que es el tatuaje del Kung Fu.
– Está bien, es todo. Gracias por su ayuda, Nadia.
– De nada.
ROGERIO
– Dígame su nombre, apellido y profesión, por favor.
– [Eructa].
– Señor…
– ¡Ronaldinho!
– Caballero, por favor, esto es una investigación policial de extrema importancia. Está usted aquí en calidad de testigo. Su testimonio podría ayudar a su, si no me equivoco, conocido, el señor Cerrojo…
– El Kung Fu es como un hermano para mí.
– Por eso mismo, le pido por favor…
– Está bien, vale [vuelve a eructar. Resopla]. Rogerio Sánchez Alcázar. Pero todos me llaman Ronaldinho. Soy clavadito a él.
– [Pausa. Apunta]. Rogerio. ¿Y su profesión…?
– Bebedor profesional.
– Señor Sánchez…
– Vivo en la puta calle desde hace diez años, joder…antes era fontanero. Apunta eso.
– Está bien, Rogerio…
– ¡Ronaldinho!
– Muy bien, Ronaldinho. Cuénteme de qué conocía al señor Cerrojo.
– El Kung Fu y yo comíamos a veces en el comedor de la universidad. Allí la comida es más barata, y está buena. Creo que lo conocí allí…ahora no me acuerdo bien…
– ¿Qué puede contarme del señor Cerrojo? ¿Cómo lo describiría?
– Pero esto qué es, ¿un puto casting? El Kung Fu es un puto tirao’, como yo. Un vagabundo, un tío de la calle. Qué quieres que te diga.
– Pero usted lo conoce bien. Podrá decirme algo que los demás no sepan.
– Mmm… ¿puedo fumar?
– Aquí no está permitido, Roge…
– ¡Ronaldinho!
– Aquí no se puede fumar, Ronaldinho.
– Es igual, tampoco tengo tabaco [ríe. Estornuda. Sorbe por la nariz ruidosamente. Suspira]. El Kung Fu es un buen tío. Está un poco pirado, pero es normal. Solo es falta de cariño desde pequeño. Es un tío peligroso si le tocas los cojones, eso sí. No bebe mucho, en eso le gano yo. Él es más de fumar. Y es un tío muy listo; hila fino. Ha leído mucho, sobre todo filosofía, psicología, cosas así. Se mete en peleas, sí, pero siempre lo hace por una razón de peso; no aguanta a los abusones. Siempre que ve que van a apalizar a un tío entre muchos, allá que va el Kung Fu saltando como un chino de las películas. Es un tío cojonudo [se hurga en la nariz]. Se merece lo que ha conseguido.
– ¿…lo que ha conseguido?
– [Ríe. Tose]. Os la ha colado bien. Seguro que a estas horas está en alguna playa del Mediterráneo, con una morena al lado, tomando el sol.
– [Pausa]. P-perdón… ¿conoce usted las circunstancias de la detención del señor Cerrojo?
– El Kung Fu no es el pureta que tenéis enchironao ahí abajo, compi. Habéis engrilletao al que no es. El Kung Fu os hizo la tres-catorce, os dio el cambiazo y ni os habéis enterao’.
– ¿Tiene usted conocimiento de los planes del señor Cerrojo en cuanto a atracar el despacho del abogado Sáenz de Ayala?
– ¡Ja! El abogao’…el Kung Fu no mendigaba en la calle Dato porque sí. Llevaba planeando esto muuuuucho tiempo…desde que se cruzó un día con el “señor importante”, con sus trajecitos, su guardaespaldas y su cochazo…y se dio cuenta de que eran dos gotas de agua…
– ¿Está insinuando que el señor Cerrojo cometió el atraco al despacho, y después usurpó la identidad del abogado Sáenz de Ayala?
– No, a ver, colega, que te lías. El Kung Fu no usurpó la identidad del millonetis. Lo que hizo fue secuestrarlo, esconderlo, quitarle la ropa e ir al despacho para coger las joyas…
– Eso es usurpar la identidad…
– Chssst. Al Ronaldinho no lo interrumpas. ¿Qué te estaba contando? Ah, sí, cuando entró al despacho vestido de traje. Pues bueno, entonces, cuando tuvo las joyas, el dinero y todo el percal, cogió la maquinilla, le hizo un corte de pelo todo fashion al abogado para que se parecieran como si fueran melllizos, le puso su ropa de vagabundo y lo dejó tirao’ en algún lao’ para que lo encontraseis.
– Pero…está usted admitiendo…
– Admitir nada. Yo sé lo que hay, y en la calle lo sabe tol’ mundo, porque el Kung Fu nos lo contó a sus colegas. Y no vais a poder enmarronarme, porque tengo coartada para ese día y los anteriores, que estaba yo en Bilbao en una casa okupa y me detuvieron allí y todo…
– Eso está claro, señor Ronaldinho. Usted no es sospechoso.
– No, y más vale. Porque el Kung Fu se lo curró todo él solito. Él era así. Dejó al abogatis en la furgoneta robada y se largó, y os va a costar pillarlo, porque no piensa dejar escapar esta oportunidad. Os ha dado en tos’ los morros, el joputa del Kung Fu…
– [Pausa]. Es…veamos…
– [Ríe. Tose]
– El…señor Cerrojo…tenía un tatuaje, en el antebrazo. Aunque su estatura, color de ojos y huella dactilar coincida con las del abogado Sáenz de Ayala…el tatuaje…
– [Se levanta la manga derecha, enseñando un antebrazo tatuado]. El Kung Fu era un artista del copón, amigo…tatuaba desde hace mucho…en la calle mismo te hacía una pieza como ésta, con dos agujas y un bote de tinta…no le hacía falta más… en media hora te podía dibujar, no sé, por ponerte un ejemplo, ¿eh? Pues una rosa y un cuchillo en el antebrazo…
– [Silencio. Gesto de sorpresa]. Es… [se recoloca las gafas]. Es todo por el momento, señor…
– Ronaldinho [ríe. Tose].
Sólo escribiré una palabra.
FASCINANTE!!!
Fascinante que me leas, tío. ¡Muchísimas gracias!