¡Bienvenidos, damas y caballeros, al gabinete de curiosidades que es el cerebro estropeado del Escritor Tatuado…!

He decidido abrir un pequeño pasadizo en esta sala de lectura que es elescritortatuado.es; en ese rincón del sótano donde te espero con mis relatos de mendigos que no son lo que aparentan, brujería del África profunda, anécdotas basadas en hechos reales o ese género en el que voy metiendo poco a poco la cabeza, dejándome absorber por su oscuridad, ese tipo de escritura en cuyos altares residen orgullosos los bustos de Alfred Hitchcock, Stepehen King, Joe Hill…

Pero no nos desviemos; estamos en ese rincón, oscuro pero acogedor, al lado de la chimenea, calentito, al que puedes acudir siempre que busques un poco de entretenimiento, algo que leer esas tardes de domingo, o esas mañanas perezosas de oficina, o ese ratito de trono en el que dudas si seguir dando vueltas por Instagram o dejarte llevar de la mano por tu colega, el de los tatuajes.

Porque de eso vengo a hablarte hoy: de tatuajes.

Durante muchos años he sentido auténtica fascinación por el arte del tatuaje. Recuerdo estar en casa de mi aitite, en Bilbao, en la nochevieja del año 96, y ver a un jugador de los Chicago Bulls de pelo colorido, con el dorsal 91 a la espalda y los brazos llenos de tatuajes. Recuerdo vívidamente esa imagen, la sorpresa que me provocó, y cómo me giré hacia mi padre para preguntarle si esos dibujos se los hacía con rotulador. “Eso son tatuajes”, me dijo. Tatuajes.

Desde entonces los busqué por todos lados. En los 90 se pusieron de moda esos tatuajes tribales de formas intrincadas y colores negros, con mucha tinta. Este de Mike Tyson es un buen ejemplo y, tal vez, el considerado más famoso de ese estilo:

Yo los buscaba por la playa, en verano, intentando disimular mis ganas de preguntarle a su portador, cuando veía uno, todo lo relativo a ellos: dónde se lo habría hecho, cómo, por qué, si dolía, si tendría más…

En aquella época, con el desarrollo de las máquinas de tatuar, el arte y sus diversos estilos vivían una fase de expansión sin precedentes por nuestra zona. Los tatuajes punks, del talego o del ejército dieron paso a estudios y artistas más comprometidos con el arte, que poco a poco se fue extendiendo y abarcando diferentes modalidades. Es por ello que en la década de los 2000, unida a la explosión de las redes sociales, se empezó a normalizar ver a gente tatuada; y no solo eso, si no que los tatuajes variaban mucho en el estilo. Las calaveras y los lettering de antaño (esos clásicos «amor de madre» o «nasío pa sufrir») dieron paso a elaborados diseños tradicionales, realistas, ornamentales, japoneses…

Pero algo que siempre me fascinó, algo de lo que me costó horrores encontrar información fue sobre el origen y la historia del tatuaje. ¿De dónde venía? ¿Quiénes fueron los primeros? ¿Cómo lo hacían?

Y es por eso que, con la ayuda de libros, páginas web y documentales que he ido leyendo, recopilando y viendo una y otra vez quiero dejar plasmado, en este rincón de lectura, lo que he ido encontrando a lo largo de estos años.

EL TATUAJE MAORÍ

Seguro que has visto más de un tatuaje de este tipo. Se puso de moda entre los futbolistas hace ya unos años; creo recordar que Cesc Fabregas lucía un brazalete de este tipo. Y, si no es así, quizás te suene el actor de origen samoano Dwayne Johnson, The Rock, en cuyo brazo, hombro y pecho izquierdos luce un monumental dibujo de intrincados giros y formas.

Pero, ¿de dónde viene el tatuaje maorí?

Se dice que la misma palabra ‘tatuaje’ proviene de ‘tatau’, que en la lengua del Pacífico significaba “marcar”. Este tipo de tatuaje es de los más antiguos del que se tiene conocimiento; la huella de las investigaciones sobre esta cultura se pierde siglos y siglos atrás. Las primeras ilustraciones de este arte fueron realizadas por el capitán James Cook a lo largo de sus tres viajes por el Pacífico, entre 1768 y 1779.

Las tribus de las islas expresaban a través de ellos su historia: ascendencia, familia, rango en la tribu, prestigio. Era una marca de alto estatus social; no cualquiera podía tatuarse, ya que era necesario ostentar cierto rango en la familia, tribu o grupo. Un esclavo, por ejemplo, no era digno de llevar un tatuaje maorí. Y aquellos que eran dignos de portarlos pero decidían no hacerlo veían rebajado su estatus por negarse a ser tatuados.

Se decía que ningún tatuaje maorí es igual a otro. Cada uno es especial, pues narra la historia de su portador o portadora; no hay dos personas iguales, luego no puede haber dos tatuajes iguales. Las diferentes formas tienen diversos significados: las líneas rectas y pequeños triángulos puntiagudos podían significar que esa persona era un hombre de mar, pues los triángulos asemejaban a los dientes de los tiburones o las ballenas. Las tiki o figuras humanoides hacen referencia a la fertilidad o importancia en la familia de esa persona. Pero, entre todos ellos, destaca el ta moko: el tatuaje facial.

El ta moko describe el más alto escalafón en el tatuaje maorí. Muy doloroso y muy complicado de realizar (la piel de la cara, más curtida, no es un lienzo tan agradecido como pueden serlo otras partes del cuerpo), este tatuaje implica que la persona que lo lleva es realmente importante; tanto que, si un maorí no reconocía la importancia y jerarquía de quien lo llevaba, era considerado uno de los mayores insultos que se podían proferir.

En los hombres era (y es) más común ver el ta moko que cubre toda la cara: frente, mejillas, nariz, barbilla e incluso labios. En las mujeres, consideradas el corazón y el poder de la tribu y la familia, está más normalizado el tatuaje en la barbilla:

Como he comentado, cada diseño, cada forma y cada dibujo en este estilo tiene un significado y una razón. Como ejemplos del ta moko podemos nombrar la zona de la frente, conocida como ngakaipikirau, que describe el rango de la persona. La mejilla, taiohou, es donde se expresa la naturaleza del oficio de su portador. La barbilla, wairua, designa el prestigio o mana de quien lo lleva.

LA LEYENDA DE MATAORA

Existe una vieja leyenda maorí que cuenta de dónde proviene este tatuaje. Los nativos relatan que procede del Uetonga: el inframundo.

La leyenda dice que hubo una vez un joven guerrero llamado Mataora, que se enamoró de una princesa del inframundo llamada Niwareka. La princesa ascendió al mundo de los vivos para casarse con Mataora; pero éste, ignorante, la trató de mala manera, y Niwareka retornó al mundo bajo tierra. El guerrero, enfermo de culpabilidad por la forma en la que había tratado a su nueva esposa, la siguió al inframundo, donde fue humillado y ridiculizado por los habitantes del infierno.

Finalmente, Mataora consiguió encontrar a la familia de Niwareka, a los que pidió perdón desde lo más profundo de su corazón. La princesa y su familia lo disculparon, y les dieron permiso para volver al mundo de los vivos. Como regalo, el padre de Niwareka, rey del inframundo, enseñó el arte del ta moko a Mataora, que lo desarrolló y expandió por su pueblo.

El tatuaje maorí estuvo prohibido en las islas del Pacífico, especialmente en Nueva Zelanda, desde comienzos del siglo XX. El hombre blanco, en forma de colonizador cristiano, fue quien suprimió esta sagrada tradición. En palabras de los nativos maoríes de Nueva Zelanda e islas vecinas, “nos quitaron nuestra alma”. El tatuaje tribal tradicional fue prohibido y perseguido, hasta el punto de que los coleccionistas de la época, en su mayoría ingleses, llegaron a coleccionar cabezas cortadas de maoríes marcados por el ta moko. En la década de los 70 los neozelandeses recuperaron parte de su cultura y abolieron las prohibiciones, aunque no fue hasta la década de los noventa, con el desarrollo de las máquinas de tatuaje, cuando empezaron a volver a verse de nuevo más tatuajes de este tipo. Este nuevo empuje hizo que el mundo tomase conciencia del arte que los isleños plasmaban en su piel.

¿Y cómo lo plasman? Aunque ahora sea más común realizarlos con máquinas, los materiales que se usaban fueron siempre (y a menudo lo siguen siendo) naturales. Un cincel o un peine de afilados dientes, uhi, que pueden ser de tiburón, huesos o piedras afiladas, y tinta hecha a veces con carbón, o incluso grasa animal y hongos. El ritual sagrado del tatuaje asevera que quien vaya a verse envuelto en este proceso no debe comer con sus manos en los días previos a la realización del tatuaje, ni debe hablar con otra gente que no vaya a ser tatuada a su vez. Algunos no mantienen relaciones sexuales antes, durante (puede durar días) o después del proceso, hasta que el tatuaje esté curado. Aquellos que hayan tomado la decisión de tatuarse prometen no llorar de dolor, porque hacerlo es un signo de debilidad, y el tatuaje es un símbolo de fuerza, crecimiento y poder.

Hoy en día es común ver este estilo de tatuaje por todo el mundo. Personalmente, cuando veo a alguien de mi zona con un tatuaje maorí, no puedo evitar sonreír al imaginármelo rodeado por cuatro o cinco samoanos, agarrándolo por sus extremidades, mientras un maestro del tatuaje le tatúa a la manera tradicional: martilleándole hasta los huesos con el uhi, haciendo caso omiso de su dolor; pues solo quien lo soporta es digno de su tatuaje.

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